Casi todos los expertos suelen coincidir en incluir a Carros de fuego
entre una de las mejores películas inspiradas en el deporte. Como
sabréis, este filme, que se llevó cuatro Oscars, narra las peripecias de
dos atletas británicos en el contexto de los Juegos Olímpicos de 1924.
Hoy os voy a hablar de uno de ellos: Eric Liddell.
Nos vamos a trasladar a China, a la ciudad de Tianjin, donde el 16 de enero de 1902, el matrimonio de misioneros escoceses
formado por el reverendo James Dunlop Liddell y su esposa tuvo a su
segundo hijo, al que bautizaron como Eric Henry. Cuando tenía seis años,
sus padres le enviaron a él y a su hermano Robert al Eltham College,
una escuela en Inglaterra para hijos de misioneros. Sus padres y una
hermana menor permanecieron en China, si bien regresaron años después a
Escocia.
En Eltham, Eric empezó a destacar como un excelente deportista. Llegó
a ser capitán de los equipos de cricket y rugby del colegio, y empezó a
hacerse famoso porque se empezó a decir que era el joven más rápido de Escocia.
En 1921, Rob y Eric Liddell ingresaron en la Universidad de Edimburgo
para estudiar Ciencias Exactas. Eric ingresó en el equipo de rugby de
la institución y llegó a ser internacional por Escocia. De hecho, jugó dos torneos del V Naciones.
Al mismo tiempo, empezó su carrera como velocista. De hecho, en 1923
batió los récords británicos de las 100 y las 220 yardas. Al mismo
tiempo y por evidente influencia de sus padres, Eric Liddell se
convirtió en una especie de predicador de la palabra de Dios allá por
donde iba.
Con el paso del tiempo, Eric decidió dedicarse al atletismo en
exclusiva y marcó un evento en su mente: los Juegos Olímpicos de París
en 1924. Liddell era especialista en los 100 metros, pero cuando se
enteró de que la final de la prueba se disputaría un domingo, renunció a disputarla
(por motivos religiosos; el domingo es el Día del Señor). Así las
cosas, Liddell decidió que competiría en otras dos distancias, los 200 y
los 400 metros. Como no era su especialidad, nuestro protagonista
entrenó duro para llegar lo mejor preparado posible.
Y llegó el día de la carrera de los 400, en los que Liddell no era ni
mucho menos el favorito. Al parecer, un masajista estadounidense le
entrengó al escocés, poco antes de empezar la carrera, una nota con el
texto del libro de Samuel: “Aquel que me honra será honrado por mí”. En
efecto, Liddell ganó la carrera, llevándose el oro, y batiendo el récord
del mundo, con una marca de 47,6 segundos (más de cuatro segundos que
el récord actual, que ostenta Michael Johnson).
Además, comsiguió el bronce en los 200 metros. Liddell llamó la
atención del público y los medios por su forma de correr: con la cabeza
hacia atrás y con la boca muy abierta.
En el equipo olímpico británico que estuvo en París ’24 coincidió con otro mítico atleta, el velocista de origen judío Harold Abrahams, que como sabéis, es el otro protagonista de Carros de Fuego y que fue el que ganó el oro en los 100 metros lisos.
Gracias a su victoria, y a su récord (que estuvo vigente cuatro años), Eric Liddell se convirtió en un héroe en toda Gran Bretaña y más en Escocia. Se ganó un apelativo: The Flying Scotsman
(el Escocés Volador). En la foto, junto a estas líneas, sus compañeros
de la Universidad de Edimburgo lo pasean por el campus a su regreso de
París.
Pero tras acabar los Juegos, en vez de dedicarse a saborear las
mieles del deporte, Liddell decidió seguir los pasos de sus padres y
convertirse en misionero. Volvió a su Tianjin natal, donde se convirtió
en profesor en un colegio anglo-chino. Además de valores cristianos,
Liddell, que seguía corriendo para su propio deleite, también intentaba
inculcar a los niños chinos su pasión por el deporte. En 1934 se casó
con la canadiense Florence McKenzie, que como él, era hija de
misioneros. Con ella tuvo tres hijos.
Pero las cosas se torcieron. En 1941, el Gobierno Británico recomendó
a sus súbditos que abandonaran China: había estallado una cruenta guerra civil.
Florence decidió irse a Canadá con sus hijos, pero Eric se quedó en
China. En concreto, en una misión en una paupérrima comarca en la que ya
trabajaba su hermano Rob como médico. El trabajo era ingente y todo se
complicó cuando en 1943, la misión fue desmontada y Liddell ingresó en
un campo de prisioneros. Allí se convirtió en un líder, ayudando a los
mayores, entreteniendo a los jóvenes y leyendo la Biblia para los demás.
El 21 de febrero de 1945 escribió una carta a su mujer, en la que le
decía que estaba cerca de sufrir un ataque de nervios. Precisamente, ese
mismo día, Liddell murió repentinamente. Al parecer, sufría un tumor cerebral que empeoró por las malas condiciones del campo de prisioneros. Su muerte fue muy llorada en Reino Unido.
Un héroe
Hace poco, con motivo de los Juegos de Pekín en 2008, el Gobierno
chino reveló que Eric Liddell tuvo ocasión de salir del campo de
prisioneros, merced a un acuerdo entre los chinos comunistas y el
gobierno británico. Pero no ocurrió nunca, ya que Liddell renunció a salir para que en su lugar, pudiera ser liberada una mujer que estaba embarazada.
A pesar de su muerte, la leyenda de Eric Liddell permaneció siempre.
La Universidad de Edimburgo tiene una placa en su honor, y la iglesia
episcopaliana americana lo considera casi como un santo. En 1980, cuando
el escocés Alan Wells ganó el oro en los 100 metros lisos de Moscú 80, sus primeras palabras fueron de recuerdo para Eric Liddell.
Su figura se hizo mundialmente famosa cuando en 1981, la película Carros de Fuego
recogió la historia de Liddell y Abrahams y ganó cuatro oscars, uno de
ellos el de mejor película. Su personaje, por cierto, fue interpretado
por otro escocés y ex alumno de la Universidad de Edimburgo, Ian Charleson, que falleció de sida en 1990.
Sea como fuere, Eric Liddell siempre estará en el cielo de los héroes olímpicos.
Si queréis ver a Liddell ganar los 400 metros de París ’24, aquí os lo dejo:
Eduardo Casado